Parafraseando
una cita de Puig Ferreter, “no sería demasiado difícil escribir, si no se
tuviera que pensar tanto”, y es que redactar, más que un acto emocional, es un ejercicio
racional tan arduo y fatigante como hacer que 50 instrumentos se unifiquen para
darnos la más armónica y dulce melodía.
Cuando se afirma
lo anterior, no se niega que la inspiración sea el detonante de muchos trabajos
brillantes, pero esos fogonazos de lucidez mental serán luciérnagas de poca
vida si no se hace de la disciplina y la organización las armas para hacer del
escribir un verdadero oficio.
De hecho, casi
todos los grandes escritores declaran sin rubor, que más que a una musa, sus
glorias literarias se deben al desarrollo de un proceso de trabajo sistemático
fruto de años de esfuerzo, dedicación y consagración. Dicho en otras palabras,
redactar no es un oficio sencillo, es un arte que se va perfeccionando con la
práctica.
Al familiarizarse
con las técnicas de escritura y untarse de sintaxis, coherencia y lógica, se
reconoce en el discurso un aliado perfecto para transformar la intención de
comunicar en signos concretos y se convierte el ejercicio de redactar en un
proceso habitual y fluido.
En ese orden de
ideas y siguiendo el consejo de María Teresa Serafín en su libro Cómo redactar
un tema, lo ideal es “descomponer el proceso de la composición en actividades
elementales y utilizar para cada una de ellas técnicas y procedimientos específicos”
como la planificación, reunión y organización de ideas, escritura, revisión y
redacción final; con lo cual, si bien no se tiene el sobrero mágico de donde
saldrá terminada la cuartilla, sí se tiene abonado el camino para facilitar el
desarrollo mental y físico del escrito.
Con lo dicho
hasta aquí se ha intentado demostrar que el ejercicio de escribir más que el
simple roce bienaventurado de una musa es un oficio mezcla de disciplina y
organización logrado tras el cumplimiento de un proceso que si bien es
sencillo, sólo con la práctica se logra perfeccionar.
De ahí se
colige, que todos los aficionados a las letras se pueden convertir en
eficientes escritores si se tiene claro por qué se escribe, para qué se
escribe, cuál es el tono o estilo a emplear, cómo se escribirá el texto y todo
esto se une con los hilos invisibles de la claridad, la concisión y la
precisión en el lenguaje.
En conclusión,
el buen escritor no nace, se forja ejercitándose disciplinadamente en las
brasas de la cotidianidad y el fulgor de la febril pasión por las letras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario