¿Cómo
Debe ser el aprendizaje? ¿Cómo lograr el equilibrio perfecto entre teoría y
práctica? ¿Es mejor desarrollar estrategias para aprender haciendo o para
conocer aprendiendo?
Estas
y otras, son las interrogantes que siglo tras siglo han hecho de la educación
un laboratorio nunca acabado, convirtiendo el proceso de aprendizaje en un
intrincado laberinto que ahora a la luz de la pedagogía para el desarrollo del
aprendizaje autónomo se intenta resolver.
Centrándonos
en el proceso de enseñanza, es necesario reconocer que el docente más que un
mediador de la cultura, debe ser alguien capaz de hacer que sus aprendientes
puedan interiorizar y resignificar lo que la ciencia les ofrece, además de
incitarlos e inducirlos a transferir ese aprendizaje en su vida presente y
futura.
Bajo
ese principio, debemos entender que el enseñante, teniendo como meta que sus
estudiantes aprendan, deberá preocuparse por buscar estrategias y actividades
pedagógicas en las cuales el saber sea
interiorizado dejando evidencias tangibles del desarrollo y el resultado del
hecho, con los cuales se pueda evaluar no sólo el desempeño del aprendiente,
sino la práctica profesional de quien lo guía.
En
ese orden de ideas, la práctica profesional docente debe ser holística e
integradora de la ética, la ciencia y la praxis, basando su actuación en la
investigación formativa como vehículo para la resolución de interrogantes y la
generación de un nuevo conocimiento reconceptualizado, recontextualizado, fruto
de la unión del saber y saber hacer.
En conclusión, el proceso de aprendizaje
debe ser la perfecta mezcla entre teoría
práctica, concepto y experimentación, proceso y resultado, todo esto
bajo una motivación investigativa que active los mecanismos autónomos de
pensamiento y sensibilicen al aprendiente a dejar el letargo, el facilismo y el
transmisionismo en procura de la posibilidad de generar un conocimiento nuevo,
dinámico, activo y realista; un aprendizaje para la vida y no para el momento.
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